El Argentino Moderado en Parálisis de Sueño
Es como una secuencia de El Juego del Miedo: una persona joven, La Argentina, está encerrada en un cuarto oscuro, y enfrenta una trampa mortal. Sus opciones son cortarse una pierna, sacarse un ojo, o una muerte lenta y agonizante, y no hay nada que uno pueda hacer para ayudarla. Es una pesadilla vívida, una parálisis de sueño, uno sabe que está dormido pero no puede moverse ni despertar, y la situación lo aterra. Solo cuando finalmente uno despierta puede respirar aliviado, porque recuerda que en la realidad hay claros caminos de salida y hay mucho que se puede hacer para ayudar, a pesar de los pésimos candidatos a presidente.
Al final del texto voy a volver sobre esos caminos de salida y las razones por las cuales pienso que podemos ser optimistas gane quien gane, pero primero hay que entender de qué se trata la pesadilla. La situación base es que el domingo los argentinos elegimos a una persona para que sea la encargada, por cuatro años, de tomar las decisiones últimas de la nación, y los tres candidatos con chances son: un chamuyero, menos confiable que un ad de “ganá 100 dólares por día trabajando desde tu casa” después de ya haber sido uno estafado por ese mismo ad; una señora sin rastro de pensamiento propio, que parece no tener idea de nada más que de que está enojada; y un auténtico delirante, único quizás con firmes convicciones, pero ya completamente consumido por el odio y la ideología fantasiosa.
Es una situación por demás complicada para el argentino moderado -también llamado centrista o independiente-, que viene de 8 años de decepción ininterrumpida. Este “librepensador”, equivocado o no, ve aciertos y falencias en distintas ideologías políticas sin identificarse con ninguna, y muchos lo culpan de la mediocridad y decadencia en que se ve sumido el país. Al moderado, que culpa a la ideología y a la falta de pensamiento crítico, el triunfo de Javier Milei en las PASO le significó una patada al estómago: un triunfo rotundo del simplismo populista y las emociones por sobre el diálogo político y la razón.
Lo que es peor es que desde las PASO, los otros dos candidatos con chances -que parecen un poco más sensatos- se han alejado de la razón, profundizando y exponiendo sus flaquezas de forma ya guaranga. El chamuyero salió a regalar más plata, justamente el error número uno de la política económica de los últimos 20 años, el error que es causante casi indiscutido de la miseria inflacionaria que vivimos. Ministro de Economía para el bando kirchnerista desde hace 14 meses, el hombre insiste en aumentar el déficit fiscal de cuenta corriente con el único fin aparente de obtener más votos. La otra, a pesar de una prometedora propuesta de plan económico, se la pasa de canal en canal demostrando una ignorancia devastadora. Quizá esto último no es tanto producto de decisiones políticas como de la desaparición de su adversario Larreta, que la ha hecho salir de las sombras como una emperatriz desnuda, pero sea cual sea el caso lo cierto es que Massa se volvió más Massa y Pato se volvió más Pato. Una complicación como mínimo dolorosa.
Pero quiero concentrar el texto en la tercera figura, porque a pesar de todo, sigue siendo la que más preocupa al moderado argentino. El delirante es el candidato con mayor intención de voto y también el que despierta el rechazo más visible: un vasto ejército de voces de la academia y la cultura se ha alzado en contra de Javier Milei, aunque sin un efecto notable sobre la opinión del pueblo. Este ejército cuenta entre los suyos a cámaras empresariales, cientos de economistas de los más influyentes, y a una sustancial mayoría también del periodismo, tanto del país como del exterior. Todos ellos califican el voto a Milei -y acá estoy parafraseando- como una idea verdaderamente pésima. Pero como suele ser con el populismo, la desaprobación por parte del statu quo le suma a su imagen más de lo que le resta: si el sistema ha fallado de forma catastrófica, una voz coherente, sustancial y opuesta al sistema parece un buen intento de solución.
Ese razonamiento antiguo y de graves deficiencias lógicas, o su versión más concisa “no sigamos con los mismos de siempre”, ha tomado el control de las mentes de millones de argentinos, y es el principal motor detrás del éxito electoral libertario. Deconstruyámoslo un poco, una vez más.
Los mismos de siempre?
Del punto de partida, consideran muchos, no se puede estar peor. Pero esto es objetivamente falso: como bien ha demostrado el siglo XX, siempre se puede estar peor. Un 60% de pobreza -por ejemplo- es peor que un 40%, una dictadura y la disolución de las instituciones son peores que un estado de derecho, y un conflicto armado es peor que la paz. En cada uno de estos ejes hay largos caminos de extremo a extremo.
Solo con ese non-starter fuera del camino, podemos dedicar unas palabras al statu quo, ese amargo sistema de orden forzado que simultáneamente nos cuida y destruye la vida. Para no perder al lector con ideas heterodoxas, como el contraintuitivo éxito del sistema socialdemócrata y bancocentralista en el resto del mundo, me conformo con establecer que la situación argentina está más complicada que en la mayoría del exterior. Es sabido, muy pocos países cuentan con tantos años acumulados de recesión o índices tan elevados de inflación. Si nos alejamos un poco, podemos ver que estos son problemas que hemos tenido en el pasado ya muchas veces: desde hace al menos ciento cincuenta años -no setenta y siete, como explico más adelante- la Argentina sufre recesiones y crisis económicas recurrentes. La frase “no sigamos con los mismos de siempre” responde a ese contexto con la idea de que la responsable de esta desgracia es alguna característica común entre todos los gobernantes que ha tenido el país, y sugiere que si personas que trabajaron en política no pudieron “resolver la situación” en el pasado, esas personas no podrán “resolverla” ahora.
El primer problema con ese razonamiento es pensar por un segundo que todas las personas que trabajaron en política tienen algo en común, además del hecho de haber trabajado en política. Para desmentir esto basta con hacer un poco de memoria: en Argentina han gobernado peronistas socialistas, dictadores pro-mercado, peronistas pro-mercado, un ingeniero “de afuera de la política” y hasta una bailarina de ballet¹, con personalidades e ideologías muy variadas -incluyendo el libertarismo de Milei-. El segundo problema está en pensar que alguien que no pudo resolver una situación en el pasado no podrá resolverla en el futuro. Muchos de los grandes líderes políticos de la historia, como Lincoln y Churchill, habían dedicado vidas enteras a la política antes de destacarse con gobiernos brillantes. En 1978, después de 30 años desastrosos de gobierno por parte del Partido Comunista de China -del cual siempre había sido parte como funcionario-, Deng Xiaoping asumió el liderazgo y dio vuelta al país como a una media: su apertura al mercado global y sus reformas al sistema político encaminaron a China hacia el crecimiento y reducción de pobreza más drásticos de la historia mundial².
El tercer problema del razonamiento es su suposición de que hay malas intenciones detrás de todo. “El statu quo nos ataca”, dice el león, “porque ellos se benefician del sistema, y quieren seguir robando”. Para nada exclusivo de la política, igualar malos resultados a malas intenciones es también en sí un razonamiento muy antiguo y falaz. En el arte de la política, culpar de una situación socioeconómica difícil a un reducido grupo de personas malintencionadas -los empresarios malvados, los judíos, la casta- es el combustible de los populismos, una postura simplista que ya deberíamos conocer bien. El problema es que en la realidad, la mayoría de los conflictos y situaciones difíciles no son causados principalmente por malas intenciones ni por grupos de personas específicos, sino por complejos entramados de azar y variables interrelacionadas.
Por qué estamos como estamos?
Si nos alejamos aún más en nuestro análisis, podemos ver que el problema argentino es en realidad un problema latinoamericano, y si vamos más allá podemos ver que es el mismo problema que aflige a África y a gran parte de Asia: de la misma forma en que el desarrollo de un país es un círculo virtuoso, el subdesarrollo es un círculo vicioso. Repasemos la historia reciente. Un puñado de buenas ideas en la Europa de los siglos XV y XVI, como la prensa de Gutenberg y la reivindicación de la libertad de expresión, derivaron en la Ilustración y en la Revolución Industrial. Las enormes diferencias entre la administración de las colonias británicas y las del resto de Europa -de perfil extractivista- hizo de las primeras un terreno mucho más fértil para el desarrollo de capital económico y humano. Así, Estados Unidos pasó el siglo XIX industrializándose y creciendo, con una única -fuerte, pero breve- guerra civil. Argentina, por otro lado, pasó su primer siglo en completo caos institucional de guerra generalizada casi constante -impulsada por caudillos, ideología, y pura intolerancia-, y además hubo algunos que hicieron mucho dinero con el modelo agroexportador.
Es verdad que, al llegar al siglo XX, Argentina estaba entre los países con mayor PBI per cápita del mundo -igual que lo está Catar hoy en día-, pero su realidad seguía siendo más parecida a la de Brasil y México que a la de Canadá y Australia³⁴. Estos últimos contaban no sólo con mucho menos desigualdad, mejores sistemas de salud y educación, más inclusión política e instituciones fuertes, sino también con una importantísima integración al Reino Unido, la gran potencia de Europa de la cual aún eran colonias. Esto sumado tal vez a una cultura más paciente les permitió transitar el siglo XX en paz y crecimiento. En Argentina, en cambio, continuó el caos: una sucesión devastadora de populismo, golpes de estado, extremismo y crisis económicas que nos hundieron en la miseria. Es importante mencionar que estos problemas también se dieron en países que están a años luz de nosotros, como Italia y Alemania -los “problemas” a los que señala Milei, como la creación de bancos centrales y estados de bienestar, se dieron en la mayoría de ellos-, pero su contexto institucional y cultural les permitió superar los desafíos.
Para los años 60s o 70s Argentina ya era un país indiscutiblemente subdesarrollado y pobre, y es sabido que los países pobres tienden a ser más corruptos e inestables. Pero el círculo vicioso es solo una parte del problema de estos países, porque también hay rigideces externas muy fuertes. Casi todos los subdesarrollados tienen economías organizadas en torno a la exportación de materia prima, con lo cual escasea en ellos la demanda de mano de obra. Esto hizo que muchos países, equivocadamente o no, pasemos el siglo XX intentando industrializarnos a la fuerza, lo cual condujo casi siempre al fracaso. Excepto por 4 o 5 países, le resultó imposible al sur global competir contra el “primer mundo”, que se había industrializado de forma natural un siglo antes. La historia demuestra que es muy muy difícil desarrollarse tarde y por pura voluntad política. Como menciono, son muy pocos -China, Japón, Corea del Sur, Singapur- los que lograron dar con la medidas justas en el momento justo y con los gobernantes justos que se acomodaron a sus respectivos contextos socioeconómicos y culturales para encauzar a sus países en las vías del desarrollo.
También es importante mencionar un poco el contraste entre la inestabilidad y constante drama en que vive la Argentina en comparación con la paz que disfrutan muchos de nuestros vecinos de la región, donde la inflación y las crisis políticas son prácticamente inauditas. Quizás haya algo para decir acá sobre el efecto de los delirios de grandeza, la fantasía de la Época Dorada argentina y las actitudes autodestructivas como hacernos los “vivos” o querer vivir por encima de nuestras capacidades; pero más importante me parece insistir con la complejidad multicausal y la importancia del azar. Así como México tiene narcotráfico, nosotros tenemos inflación: son muchas las causas y variables históricas que llevaron a este particular país al enredo en que se encuentra, pero ninguna narrativa es suficiente para explicarlo por sí sola. Es probable que Argentina sea el país subdesarrollado que más cerca estuvo de ser desarrollado -alguien tenía que serlo-, pero es un error señalar al egoísmo (?) de los políticos argentinos como principal responsable. Lo que busco con toda esta sección del texto es poner un poco de contexto a la corrupción argentina, fenómeno donde se origina el concepto de “casta”, porque si nuestro objetivo es “resolver” una situación, es fundamental apuntar a sus causas reales.
El magnetismo de las ideologías
Ahora pasemos a la coherencia y la sustancia de lo que dice Milei, y en este aspecto lo cierto es que hay que sacarse el sombrero. Se trata de una persona evidentemente inteligente, preparada, y convincente. Un verdadero experto en su ideología. Pero el problema de esto -diría un moderado- es que igual de sustanciales y convincentes fueron filósofos tan contradictorios entre sí como Nietzsche o Santo Tomás de Aquino, y populistas como Hitler o Lenin. Ellos también, de haber nacido en esta época, acapararían la atención de Twitter y de los canales de televisión, y su determinación y claridad de ideas -por más erróneas que sean- eclipsarían a los candidatos que los enfrentasen.
Es quizá exclusivo de la gente que lee filosofía o sociología conocer lo inteligente que puede ser una persona que está absolutamente equivocada. Lo que esto sugiere es que debemos ser escépticos, y ni hablar de pensar que entendemos sobre economía con solo ver videos de Milei en Youtube. Las diferencias entre escuela austriaca y escuela de chicago o las discusiones en torno a la microfundamentación de la macro, entre otros cientos de temas, nada tienen que ver con el show mediático de los “jóvenes libertarios”. Discusiones que vienen de hace siglos y bibliotecas enteras llenas de ecuaciones matemáticas y modelos de equilibrio se relegan a un segundo plano en el pseudointelectualismo político. En contraposición a los gigantes de esta ciencia que él insulta, como pueden ser Stiglitz o Krugman, Milei mismo ha admitido ser un simple difusor, porque la verdad es que no ha podido aportar nada nuevo a la discusión teórica de la economía.
Lo que sí existe es un enorme consenso en el mundo académico de que es útil tener un gobierno y es útil tener un banco central. No deja de ser válido el argumento que repite Milei de que también había consenso en el año 1700 sobre lo útil que resultaba la institución de la esclavitud, con lo cual es técnicamente posible que sea buena idea cerrar el Banco Central, pero esto no le saca la responsabilidad al candidato de demostrar que él la tiene más clara que los cientos de miles de economistas y políticos que manejan los gobiernos de EEUU, Europa, China, o cualquier otra economía exitosa.
Aunque las sociedades hayan creado estas instituciones monetarias para resolver problemas como las corridas bancarias, Milei las acusa, como a los impuestos, de “robarle al pueblo”. Este es quizá el concepto más absurdo de su ideología. “Que expliquen por qué robar está bien” repite el delirante, en una especie de gaslighting político. Lo primero que se le podría responder es que robar está más que bien en algunas situaciones, como por ejemplo robarle el arma a un asesino que está a punto de matar a su víctima -o a la mitad de los seres vivos del universo-, pero lo segundo es lo más importante: el hecho de que “robar” es solo una palabra, y su posible aplicación en un contexto determinado no puede nunca reemplazar un juicio moral. Es fundamental juzgar cada acción según su contexto y resultados. La palabra “robar” se inventó para categorizar a esas situaciones en las que una persona se adueñaba de la propiedad de otra con fines egoístas. Estos actos se consideran inmorales porque causan sufrimiento a la sociedad. Por otro lado, el cobro de impuestos -que nunca se consideró robo-, se generó en las primeras sociedades porque en general se lo consideró beneficioso para sus individuos. En todo caso, el candidato debería demostrar la falta de beneficios de los impuestos y bancos centrales del mundo, algo un poco más difícil que repetir constantemente la palabra robo.
También me parece interesante señalar por lo menos una de las tantas contradicciones de la narrativa mileista. Mi elección es una entrevista que dio el personaje el martes que le siguió a su éxito electoral en las PASO. Como sabemos, el lunes se había producido un colapso de los bonos argentinos en Wall Street, una reacción muy negativa del mercado al resultado de las elecciones. El martes le preguntaron a Milei cuál era su interpretación de los hechos, y su respuesta fue muy interesante: “la verdad es que muchos de los análisis que están dando vueltas son bastante precarios. Pero claro, lo que pasa es que muchos de los analistas internacionales se nutren de lo que dicen analistas locales que además juegan políticamente. Entonces, imaginate que las cosas que le dicen de mí no son nada positivas”⁵. Mi pregunta es, ¿No era que el mercado sabe todo? Estos “análisis precarios” no tienen nada que ver con el monopolio de la fuerza. Si los precios fueran verdaderamente propiedades metafísicas de los bienes y servicios y garantizasen siempre su intercambio de acuerdo a su utilidad, la caída de los bonos no debería ocurrir a menos que el triunfo de Milei fuese objetivamente malo para el país. Hay que tener cuidado, como mínimo, de que como en la fábula de Esopo o en Las Crónicas de Narnia: La Última Batalla, el famoso león no sea más que un burro disfrazado. Un falso profeta.
Pero no es el objetivo de este texto desacreditar una ideología particular como la libertaria, sino analizar un poco lo que puede resultar del extremismo ideológico con intolerancia a otras posturas. Las ideologías son como imanes: pueden atraer o repeler, pero cuando atraen, unirse a ellas es varias órdenes de magnitud más fácil que separarse. Un estudio de 2016 hecho en la Universidad de California del Sur muestra cómo funciona el proceso en nuestro cerebro: es la misma parte del cerebro la que responde a amenazas físicas que la que responde a argumentos y evidencias que amenazan a nuestras creencias más personales⁶. Esa parte del cerebro es la amígdala cerebral, y es el centro emocional de los humanos. Cuando adoptamos una ideología, la amígdala se encarga de defenderla firmemente contra cualquier argumento invasor, por más lógico que sea.
Javier Milei lleva esto al extremo. Ya todos conocen su comportamiento en los canales de televisión, cuando enfrentado a opositores de débil formación, se deja controlar por una ira desconcertante -también hemos visto su fragilidad emocional al romper en llanto cuando recuerda su trayectoria-, pero en el fondo el problema con el carácter del candidato es su incapacidad de entender a los que piensan distinto a él, estén equivocados o no. Específicamente, lo que pierde es el entendimiento de las intenciones, porque al aferrarse de forma tan absoluta al imán libertario se repele de forma absoluta al imán keynesiano, y en ese nivel solo queda asignarle malas intenciones a estos enemigos deshumanizados. Como los orcos de Sauron o los clones del Emperador Palpatine, para Milei los keynesianos -o cualquiera que se aleje un poco de su clase de libertarismo- representan un enemigo que solo debe ser destruido o neutralizado, no entendido. Esto contrasta violentamente con las responsabilidades de un presidente, que incluyen hablar con gobernadores y legisladores, escuchar a asesores e interpretar correctamente las novedades. Significa un importante error de diagnóstico que inevitablemente deriva en error de tratamiento, y nos lleva al siguiente punto de análisis, que ya no tiene tanto que ver con las ideología como con la personalidad y estabilidad mental de esta persona.
Delirio místico
Tenemos una referencia bastante buena sobre lo que puede significar un gobierno de Milei en el gobierno de Donald Trump -un personaje similarmente aniñado-, solo habría que sumarle problemas de ira y transportarlo a un país con instituciones unas diez veces más frágiles. Trump se la pasó peleando con la prensa, con sus asesores, y con sus propios funcionarios, con los cuales rompió récords de despido y recambio⁷. Al perder las elecciones de 2020, Donald salió a declarar que en realidad no había perdido, señalando a una mínima cantidad de denuncias de fraude, una cantidad que es común en cualquier elección⁸. Cuando su propio Procurador General, sus directores de Inteligencia y Seguridad, su Vicepresidente y la Corte Suprema de Justicia -de mayoría republicana- no le dieron la razón, el hombre decidió insistir, y Estados Unidos llegó a lo más cercano que tuvo a un intento de golpe de estado en los últimos 200 años.
A Milei ya lo hemos visto insultando de forma desquiciada a personas que piensan muy parecido a él, como Ricardo Lopez Murphy y Carlos Maslatón. Además, recordemos, se trata de una persona anarcocapitalista que declara cosas como “yo nunca firmé un contrato social”, lo cual es bastante preocupante en relación al respeto que le puede tener a la Constitución Argentina, al proceso democrático, y a otras instituciones. Por último, es importante sumarle un importante grado de delirio místico: Milei no solo demuestra afinidad por la numerología, sino también, de acuerdo a fuentes bastante creíbles⁹, cree que puede hablar con los fantasmas de la filósofa Ayn Rand, del economista Murray Rothbard, y hasta de su perro muerto.
El brillante cómico John Mulaney tiene una rutina de stand up en la cual compara la presidencia de Trump con un caballo suelto en un hospital. “Sabemos que eventualmente se va a resolver,” dice al comienzo del segmento, “pero en el futuro inmediato no tenemos una mínima idea de lo que puede llegar a pasar”. El problema es que, si Estados Unidos es un hospital, Argentina es un quirófano: tenemos 40% de pobreza y un importante historial de fragilidad institucional. Si queremos evitar el colapso necesitamos a las mentes más brillantes y políticas planeadas milimétricamente para poder salvar al paciente. Los argentinos, cansados de los Aníbales Lotockis que no han hecho más que empeorar la situación, están a punto de poner en su lugar a un animal. Y si combinamos esta metáfora con la de más arriba, más que un caballo sería un burro disfrazado de león.
Yendo a lo concreto
Milei propone dolarizar. ¿Es esta una mala idea para Argentina? No tanto, pero sí. Sé que ya son muchas las metáforas simplistas del show político y mediático, pero para algo me estoy haciendo mi propio blog, y tengo ganas de agregar una más, o dos. Imaginemos un pueblo al lado de un río que sufre inundaciones periódicas. Después de varios años de lo mismo, sus habitantes deciden que se cansaron del agua, se mudan a una isla en el medio del mar -donde no hay agua dulce-, y queman los botes que usaron para llegar ahí. El problema de esta decisión es no entender que el riesgo de sequía es tan grande como el riesgo de inundación. Hay mejores soluciones que nos permiten salir de la situación de emergencia sin necesidad de perder una herramienta fundamental, una herramienta que puede llegar a ser muy necesaria en el futuro.
Un caso paradigmático en relación a esto es el del rol de la Fed -sistema de banca central estadounidense- en la Gran Depresión de los años 30. Milton Friedman, uno de los máximos ídolos libertarios, responsabilizó a la Fed por la duración de la crisis. Según su visión, fue la política monetaria contractiva de la Fed -o mejor dicho, su falta de política monetaria-, la que generó la escasez de dinero que llevó a tantos bancos y empresas a la quiebra al comienzo de la crisis, derivando en la catastrófica caída del producto que tardó casi una década en repuntar¹⁰.
Va la segunda metáfora pseudointelectual: el dinero es el aceite de motor del mercado, y la Fed no hizo su trabajo de estación de servicio. Friedman, como libertario, usó esto como argumento a favor de abolir la Fed, alegando que el sector privado hubiese hecho un mejor trabajo como prestamista de última instancia. Otros, como Paul Krugman, sacaron la conclusión opuesta: si la Fed no hizo su trabajo, la solución no es abolirla, sino que en el futuro lo haga. De cualquier forma, esta historia nos ofrece una visión bastante oscura de lo que podría pasar en una Argentina dolarizada. El mayor argumento a favor de la dolarización es el shock de confianza que genera su irreversibilidad, porque sin ella existe el problema de que en el futuro algún gobierno vuelva a aumentar el déficit fiscal injustificadamente. Pero esto ya admite que la futura intervención y distorsión del gobierno en la economía son una posibilidad, y si es así, incluso dentro del ideario libertario la imposibilidad de hacer política monetaria es un problema enorme. Ni hablar de los shocks externos que tanto se hablan. Aunque estos pueden resultar más discutibles, es un enorme riesgo el de quedar a merced de subas en el precio del petróleo, devaluaciones de países vecinos, flujos de capital extranjero especulativo o incluso factores más drásticos, como pueden ser una pandemia o la automatización de puestos de trabajo por inteligencia artificial -la cual Milei niega, erróneamente, que sea una posibilidad-.
A lo que voy con todo esto es a que pienso que si dolarizamos, en cualquier momento podríamos sufrir una Gran Depresión versión criolla. Vuelve la imagen de una parálisis de sueño, donde uno queda inmovilizado y pierde la capacidad de reaccionar frente a los monstruos que lo atormentan.
Lo importante, como todos los economistas serios repiten, es que el problema no es la moneda, el problema es el déficit. Si se cierra el déficit, la inflación no puede continuar por mucho tiempo, y si la inflación no continúa, se recupera la moneda nacional, el aceite del motor argentino, el agua necesaria para vivir, todas las metáforas que queramos, no me van a callar.
El camino difícil
Si hay algo que pretendo transmitir con este texto es la importancia de la paciencia. Le robo una frase al gran Julian Casablancas: “el enojo es debilidad, la paciencia es fortaleza”. No tomemos falsos atajos, no nos hagamos los vivos, pensemos, estudiemos el problema, leamos bien los dos lados de cada argumento, trabajemos. Entendamos que la situación es muy muy difícil de resolver, y que nuestros planes pueden fallar, y que si fallan no hay otra opción más que levantarse y volver a intentarlo.
De las últimas 15 elecciones en latinoamérica, 14 las ganaron las oposiciones. Pienso que lo que esto demuestra es justamente una cultura de la impaciencia. La inmediatez y la gratificación instantánea que nos ofrecen aplicaciones como Instagram o TikTok nos llevan a demandar lo mismo de la realidad. Las burbujas de información en Facebook y Twitter, donde constantemente se comparten y reciben memes que reafirman nuestra visión del mundo y exaltan los ejemplos más ridículos de los que piensan distinto, radicalizan a la gente en su ideología, y solo llevan a más intolerancia y falta de entendimiento.
El perfil del “equipo gestor desideologizado” parecerá muy 2015, pero es el mejor perfil al que podemos aspirar, hoy y siempre. Aunque falle. El domingo elijamos al candidato que pensamos que más se adecúa a él. Dentro de ese perfil y esa propuesta se incluyen el carácter y la determinación necesarias para cambiar lo que haya que cambiar, pero de forma estratégica. Se incluye el aprender de los errores del pasado. Votar enojo por votar enojo, sin estructura ni aplicabilidad en el mundo real, sólo puede llevar a más caos. No se trata de ser tibios o de tener buenos modales, se trata de construir el consenso necesario para un cambio real y duradero.
Despertar
Todo lo descrito hasta ahora es la pesadilla, la parálisis del moderado, la tragedia de un país en el precipicio. Pero como buen moderado, quiero terminar el texto expresando mi optimismo, por más irritante que resulte, y describiendo la visión que uno podría tener al despertar. Uno podría entender, por ejemplo, que Milei también está dentro del statu quo: el mundo ha tenido cientos de líderes como él. Cuatro años no son nada en la construcción de un país, y si se cometen errores van a ser errores nuevos, de los cuales vamos a aprender. Y es por esto último que digo que podemos ser optimistas gane quien gane: porque los humanos aprendemos.
Como mínimo, parece haber ahora un consenso claro, entre los tres candidatos con chances, en lo que respecta a la importancia de eliminar el déficit para frenar la inflación. Aunque Massa insista en la demagogia, lo de los últimos meses es solo un manotazo para ver si gana la elección. Sabe perfectamente que si gana y sigue insistiendo con lo mismo, 2025 y 2027 son de la oposición. Dicho esto, entendamos que la política es cíclica. En Argentina, como en Estados Unidos, la democracia tiende a generar décadas con gobiernos más de izquierda seguidas por décadas más bien de derecha. Pero una década determinada nunca es igual a una década anterior. Milei no repite exactamente lo mismo que decía Cavallo en 1991, también dice cosas nuevas y ciertas que suman al discurso público. Es muy iluminador pensar la historia en términos hegelianos: como una constante dialéctica de idearios determinados (la llamada tesis), seguidos por otros idearios que reaccionan y critican a los primeros (antítesis), y que finalmente terminan en un tercer ideario que sintetiza lo verdadero de los primeros dos (síntesis). La síntesis, a su vez, se convierte en una nueva tesis, y el proceso se repite a medida que nos acercamos a la verdad. Siempre se aprende, y aunque algunos vayamos más lento o seamos más densos, siempre está la posibilidad de crecer. Algún día de estos vamos a dar con la tecla correcta.
Aunque detesto tener que repetir los talking points de Sergio Massa, también es importante reconocer las perspectivas prometedoras cuando las hay: la verdad es que Vaca Muerta, el gasoducto, el litio y los servicios tecnológicos representan oportunidades abismales para nuestra economía. Cerrar el déficit y darle un poco más de aire al mercado deberían ser suficiente para que el paciente empiece a caminar de nuevo, y los políticos parecen estar entendiéndolo.
Despertemos, respiremos hondo, pensemos. Tratemos de salir un poco de las ideologías, aunque sea un ratito. Después podemos volver a ellas, pero antes hagamos el esfuerzo de analizarlas desde afuera y con pensamiento crítico. Lo mismo con las grandes narrativas que simplifican la historia. Entendamos las malas intenciones en su contexto adecuado, y confiemos en las nuevas generaciones. El domingo los argentinos elegimos a una persona para que sea la encargada, por cuatro años, de tomar las decisiones últimas de la nación, y gane quien gane podemos ser optimistas. En cuarenta años la Argentina va a seguir existiendo, va a haber sobrevivido pesadillas y trampas mortales que hoy ni nos imaginamos. En lo personal, creo firmemente que para entonces va a ser un país desarrollado, próspero y sin pobreza. Pero es un camino largo, y por ahora, solo podemos esperar que el domingo demos un paso más en la dirección correcta.
- Sí, Maria Estela
- https://elpais.com/elpais/2017/04/28/planeta_futuro/1493402491_622007.html
- https://www.infobae.com/opinion/2019/07/28/argentina-canada-y-australia-tres-paises-con-distinto-destino
- http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S0524-97672023000100113&script=sci_arttext&tlng=es
- https://www.infobae.com/economia/2023/08/14/se-derrumban-10-los-bonos-argentinos-en-nueva-york
- https://www.nature.com/articles/srep39589
- https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_Trump_administration_dismissals_and_resignations
- https://www.reuters.com/article/factcheck-fraud-elections-idUSL1N2XP2AI
- https://noticias.perfil.com/noticias/politica/milei-y-su-perro-muerto-quien-es-la-fuente-secreta-de-el-loco-el-libro-sobre-el.phtml
- A Monetary History of the United States, 1867–1960