La Pesca Interdimensional de Ramon Almendra

Picture of the author

El sol de febrero ahogaba al viejo edificio del Ministerio de Relaciones Ejecutivas de la Nación, y en el pequeño despacho de Ramón Almendra en el piso 7, no había ventanas. Había aire acondicionado, pero lo afligía la falta de luz natural, y su único consuelo era que cruzando la sala común de la oficina se encontraba el despacho del Subdirector Comercial, con un gran ventanal que daba al Río de la Plata. Si Ramón dejaba su puerta abierta, tenía la posibilidad de apreciar esa gran vista aunque sea por unos segundos, cada vez que el Subdirector abría su puerta para entrar o salir del despacho. En esos breves segundos, Ramón era libre.

Cuando el reloj marcó las 12:30 el joven empleado público se alegró, dejó la columna K de su Hoja de Cálculo a medio hacer y se escabulló hacia el ascensor principal de forma desapercibida. Contaba con una hora de recreo para almorzar y no dejaría que Lili Rosales lo fuerce de nuevo a acompañarla al nefasto restaurant de comida por peso. Bajó a la planta baja y salió a la vereda de la Costanera Rafael Obligado como quien se desenchufa del metaverso en el final feliz de un cuento corto. Ramón sabía exactamente lo que quería: las bondiolas del puestito de Toto Magic's eran insuperables y los 700 metros de caminata con el río al lado le servían para terminar de desconectar. Una brisa atenuaba el calor, las hojas de los árboles eran bien verdes y los niños jugaban en la ancha vereda mientras sus padres o abuelos esperaban ansiosos algún pique.

Desde siempre la mala fortuna había acechado a Ramón con cruel naturalidad; esta vez, se manifestó en un cartel de "Cerrado" sobre el gran puestito de bondiolas. Ramón notó el cartel a unos 4 o 5 metros del lugar; el dolor fue profundo aunque momentáneo (ya estaba acostumbrado a estas cosas), y enseguida se puso a considerar alternativas. Todas las opciones en que podía pensar eran lejanas o lejanas y mediocres, pero cuando ya comenzaba a resignarse divisó a la distancia un tímido humo que asomaba entre los árboles de la vereda. Estaría a unos 100 metros, y al acercarse Ramón comprobó que en efecto se trataba de otro puesto de comida rápida, uno en extremo peculiar e interesante.

El Puesto Normal de Hamburguesas Comunes y Corrientes era una especie de bodoque cúbico brutalista, amarillo, con una barra demasiado simétrica y enmarcado por un cartel de luces led rojas -desproporcionadamente grande y caro- que ahuyentaba a los transúntes con el horroroso nombre del lugar. Desde adentro, miraba fijo al río un parrillero regordete y bigotudo vestido como el estereotipo de chef de caricatura, gorro blanco y delantal, simpático e inimputable.

-Buenos días -dijo Ramón, curioso.

-¡Buenos días! -exclamó el parrillero, dirigiendo su mirada a Ramón con una sonrisa algo macabra-, La hambursguesa cuesta solo $1000, ¡muy rica y barata! ¡compre una! ¡cómprela ahora mismo!

-No.. ¿no tienen bondiola?

-¡Hambursguesas! ¡muy ricas! Las mejores hambursguesas, ¡compre!

Para este punto Ramón ya estaba preocupado, pero él era de esas personas que no saben decir que no, y temeroso de ofender al parrillero bigotudo, sacó $1000 de su billetera. Lo sorprendió descubrir que el parrillero ya tenía una hamburguesa lista, y casi antes de darse cuenta, Ramón ya la tenía en la mano. Después de una preliminar inspección, Ramón se admitió a sí mismo que la hamburguesa era bastante atractiva. Contaba con lechuga, tomate y mostaza (todo demasiado perfecto) y se decidió a darle un mordisco. Poco más tarde, Ramón comprendería que fue esa la peor decisión de su vida: apenas cerró su mandíbula sobre la suculenta hambursguesa, un anzuelo interdimensional se le clavó en la boca.

Los anzuelos interdimensionales son bastante grandes y no son de ninguno de los colores conocidos por los humanos. Ramón, en el límite de su campo visual llegaba a ver el fascinante artilugio, por lo cual el horror que sentía ante el dolor y la sangre se mezclaba con maravilla, y el shock era tal que por dos o tres eternos segundos no logró ni siquiera gritar. Justo cuando su cuerpo finalmente le permitió generar ese terrible sonido, sintió un tirón en su cachete izquierdo (donde tenía incrustado el anzuelo) tan fuerte que lo hizo perder el equilibrio y trastabillar. Apenas recuperó el equilibrio, y en sincronía con su segundo alarido, un segundo tirón lo elevó por el aire; a diferencia de los primeros, este alarido y este tirón se mantuvieron en el tiempo.

Ramón se elevaba en diagonal al suelo y en dirección al río tomando vuelo, y sentía que el cachete se le cortaría o que su cara se le despegaría en cualquier momento. Entre el profundo dolor que sentía distinguió un hilo que salía de su boca y reflejaba el sol: la tanza lo remontaba por los aires como un barrilete pero al revés. El agua y la tierra, indistintos, se alejaban cada vez más. Esto continuó por unos 300 metros, recorridos en no más de 30 segundos, y fue recién ahí cuando las cosas se pusieron realmente raras.

Afuera del espacio está el tielecus, donde viven los blexdrulianos. Los humanos son para los blexdrulianos como los peces son para los humanos. Los peces (tan egocéntricos como los humanos) siempre piensan que no existe nada más allá de lo subacuático, pero afuera de lo subacuático está lo sobreacuático, y afuera de lo sobreacuático está el tielecus. Los blexdrulianos se divierten pescando humanos en los fines de semanba, y utilizan señuelos como el Puesto Normal de Hamburguesas Comunes y Corrientes en el cual tan ingenuamente confió Ramón Almendra. El afortunado blexdruliano que pescó a Ramón se llamaba Gorld🍕bífames y se emocionó mucho cuando vio emerger a Ramón en el tielecus.

Ramón, en cambio, sintió un desesperado pavor infernal al emerger en el tielecus. La realidad que conocía, el aire, el agua, la tierra y el cielo se transmutaron en un desorden de colores inimaginables. Espirales de cristal torcían halos de luz con sabor a conmoción, hogueras infinitas de fuego oscuro evaporizaban triángulos, y ese vapor propulsaba olas gigantes que danzaban en rondas alegres, al compás de una música vanidosa.

El hombre continuaba siendo arrastrado de su cachete, gritaba, y en medio de su entendible desasosiego se percató de que se dirigía hacia tres seres gigantes, monstruosos conceptos que lo miraban con ojos penetrantes y sonreían diabólicamente. El que estaba en medio de los tres, Gorld🍕bífames el Terrible, era un poco más chico que los otros y enrollaba el reel de su caña de pescar cósmica con voracidad. Tod🛁ilecio y Vreko🚂im, en cambio, estaban más tranquilos; alegres por el triunfo de su amigo, le daban palmadas en la espalda y comentaban sobre el tamaño del pobre humano.

Ramón fue arrastrado por el tielecus por lo que sintió que fueron 400 metros (en realidad, en esa dimensión no hay distancias espaciales) y finalmente se detuvo cuando ya estaba muy cerca de los tres seres atroces, colgando del anzuelo que tenía incrustado, pero no de forma tan dolorosa como un humano esperaría (en el tielecus no hay gravedad). Tod🛁ilecio, que se encontraba a la izquierda de Gorld🍕bífames y tenía anteojos, fue el que se ocupó de agarrar a Ramón y sacarle el anzuelo. El pequeño humano lloraba y sangraba asomando su cabeza desde la gran mano de Tod🛁ilecio, que frustraba su intento de adoptar una posición fetal.

A continuación, los tres colosos se pusieron a discutir de forma seria. Ramón, desde la mano de Tod🛁ilecio (que trataba de no sacudirlo mucho) podía ver la discusión manifestada en formas geométricas imposibles que salían de las bocas de los seres esos, pero por supuesto no entendía nada de lo que decían. Desestimó rápido la posibilidad de que todo se trate de una alucinación por intoxicación o locura, de alguna forma sabía que el tielecus era absolutamente real, y miraba a su alrededor con desesperación contemplativa. Observaba las arrugas espacio-temporales, las burbujas cilíndricas dadas vuelta y los zahires jugando polo y cada tanto resumía sus gritos hasta que lograba calmarse de nuevo. Tan eterna se le hizo la situación que pensó que nunca terminaría, pero al cabo de 5 o 6 minutos, los blexdrulianos finalmente llegaron a un acuerdo: afortunadamente se impuso la bondad de Vreko🚂im, decidieron que el humano era muy joven para comérselo y que debían devolverlo al espacio.

Ramón cayó al Río de la Plata con alegría confusa. El tipo no entendía nada, pero sabía que debía nadar hacia la orilla. La suciedad del agua no le importaba para nada y miraba con regocijo al sol y a los árboles en la distancia.

Nunca volvió a ser la misma persona Ramón. Antes de su terrible pesca interdimensional había sido un acérrimo defensor de Leopoldo Manfredi, el candidato a presidente de la Alianza Renovación; pero ahora militaba las ideas de Alfonso Balmaceda, del Movimiento Democrático. Antes había sido conocido por su serenidad, nadie conocía su enojo; ahora era nervioso y cuando tenía un mal día no se le podía siquiera hablar. Se fanatizó con el modelismo naval, la historia del arte y un poco demasiado con la música doo-wop (en particular con The Supremes); dejó de fumar y se compró un gato al que nombró Bubbles. Una de las pocas cosas que sí conservó sin embargo fue su trabajo, pero por alguna razón que ni él entendía, nunca más dejó abierta la puerta de su pequeño despacho en el piso 7.